miércoles, 19 de noviembre de 2008
Estados de ánimo
-A veces me siento como un águila en el aire.-Pablo Milanés-
Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.
Unas veces me siento como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.
A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones,
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.
(Mario Benedetti)
martes, 18 de noviembre de 2008
De otra galaxia y en otro planeta
El mensaje de mi jefe es claro: “Necesito que vayas a las 17.00 con un fotógrafo a Junín 627 (pasillo al fondo) para hacer una nota de Kung Fu. Viene un maestro de Buenos Aires” ¿¡Una nota acerca del Kung Fu!? Puede ser divertido, pienso. Un poco extraño para mi, pero divertido.
Salgo media hora antes. El sol parte el pavimento y me deshidrata lentamente. Si diría que en las diez cuadras que recorrí desde mi casa hasta el lugar de la entrevista me crucé con cinco personas, exageraría. El calor en el desierto tucumano me hace delirar: ¿Qué le pregunto? Ah… sí, los beneficios de la práctica del deporte (¡Un destello de originalidad!) ¿El profesor se parecerá a Van Damme? Obvio que no ¿Podrá hacer esa patada que salía en Karate Kid? No, ese es otro deporte me parece. En fin, prefiero escuchar música.
Al fin llego. Un profesor me está esperando en la puerta. Me advierte que el visitante, de apellido no sé qué, se iba a demorar. Perfecto, le digo. Mientras, le pido que me cuente quién es y por qué viene de Buenos Aires. “No tengo tiempo”, me responde en un tono poco amable. “Bueno, me voy a comprar pilas para el grabador”, le tiro un poco enojada. Mientras, le mando un mensaje a la fotógrafa: “Es en un pasillo, al fondo. Todavía no llegó el entrevistado”. Me responde al instante: “Estoy adentro, te espero ja ja ja” ¿Por qué se ríe? Minutos después lo entendí.
Las paredes del pasillo sinuoso que lleva al fondo -del que hablaba el mensaje- están pintadas de negro. En una de las curvas, miro hacia el techo para buscar luz y aire, pero nada. Hay un cráter enorme, alguien podría vivir en ese agujero, reflexiono ( otra vez los efectos del calor) . Arriba, muy lejos se ve un tinglado de chapas estilo queso gruyere. Me cruzo con unos chicos entusiasmados que se desintegran al final del túnel. Antes de la que parece la puerta principal, todo está forrado con papel de diario. Un extractor de aire que agoniza completa el cuadro. Entré y percibí algo extraño en el lugar.
Un poco aturdida por el cambio en la intensidad de la luz, registro primero lo obvio, lo que me grita ¡Aquí estoy!: unas fotos de Jackie Chan tapando un cartel de Salida de Emergencias, unas espadas, un par de esas estrellitas filosas de metal que los chinos se revolean en las películas de los domingos a la siesta, una declaración de principios con letras borrosas… En ese instante, aparece de nuevo el anfitrión poco amable. Debo esperar a que llegue el entrevistado, me recuerda.
Mi compañera está sentada en unas gradas. También me siento . De pronto, unas letras fosforescentes me llaman y despabilan ¿Qué dicen? Tengo que moverme para leer la palabra completa: Galáctica ¡Sí, la bailanta! Ahora todo cierra, hasta el cartel de Guardarropas que cuelga sobre nuestras cabezas. Un estallido de risas nos atraganta y los alumnos nos miran con cara de ¡Shhh!
Cuántas veces esos espacios habrán estado saturados de cuerpos sudorosos y bailarines. Ahora había otros que también lo son, pero las coreografías son distintas, más estudiadas, menos alcoholizadas. Alguien me deja sin tiempo para intercambiar más chistes fáciles. Ya llegó el maestro, me anuncian. Tres hombres se paran en una hilera frente al grabador ¿Cuál es el entrevistado? Segundo de duda. Uno de ellos es el poco amable de un párrafo más arriba, lo descarto. El otro es un poco más alto y atlético y creí que era él. Lo saludo y cuando le hablo de la nota, me interrumpe y me presenta al tercero, un gordinflón de bermudas al que ni siquiera había considerado. Mi cara me delata: “No practicamos el Kung Fu como deporte, sino como filosofía”, se presenta ¡Qué vergüenza!
Comienza la entrevista. Me aburro y la imaginación vuela, es inevitable. Imagino a mi interlocutor con un vaso de cerveza en la mano y sacando radiografías a cuanta chica se le cruza; tarareando un tema de Pocho La Pantera y en la cola de la barra para reponer su bebida. Basta, me tengo que concentrar porque él ya termina de responder mi brillante pregunta sobre los beneficios del Kun Fu ¿Qué diferencias hay con el Karate y el Tae Kwon Do?, intervengo. Se enoja un poco por mi ignorancia, pero contesta. Otra vez aparece la gente que baila, suena la Banda de Lechuga y las palmas arriba y el grito de las chicas solteras ¿Viste que las patadas son diferentes?, me saca del trance mientras señala a los alumnos. Claro, cómo no iba a notarlo. La transpiración que le cae de la frente empapa la mesa. Alguien acerca unas botellas con agua mineral. Pero estoy en otro planeta, hasta siento los diálogos de la gente. Después de un par de interrogantes poco profundos el maestro tiene que abandonarme para retomar la clase. Los aprendices siguen danzando mientras, ya en el pasillo, trato de hilar las respuestas del entrevistado con todo lo que había imaginado. Imposible ¿Una nota sobre Kung Fu en Galáctica? Demasiado bizarro.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Salsipuedes
Mientras afuera la mañana se derrite, adentro se anuncia una ceremonia de sentimientos bajo cero en el Salón Blanco. Según el parte de prensa -que nadie se preocupó en distribuir (y mucho menos en leer)-, el Gobierno provincial entregará medallas a los chicos discapacitados, jóvenes de 14 y 16 años y abuelos que participaron de los Juegos Evita, en Mar del Plata. Una especie de olimpíadas nacionales de actividades deportivas y culturales.
Tenía que comenzar a las 11.00. Pasó una hora. Las bocas del aire acondicionado resoplan agotadas para tratar de refrescar el ambiente. Una centena de atletas que no son atletas se ilusiona y se impacienta. Se ilusiona y de nuevo la impaciencia ¿Por qué no comienza esto?¡Los chicos están cansados! ¿El Gobernador no llega? ¿Que ya se fue? ¡El Gobernador se fue! Dicen que se enojó por el ruido que hicimos. Las conjeturas van y vienen. Se prende el micrófono. Un manojo de funcionarios segundones entra a la sala. La multitud los aplaude, aunque pocos saben quiénes son. Yo tampoco sé. Reconozco a alguno de ellos, alguna vez los entrevisté pero ahora tienen otros cargos. Y si, van y vienen…como las conjeturas.
El locutor habla pero no dice nada. El excelentísimo Gobierno y bla bla bla bla. El público (formado por los protagonista truncos del día) aplaude sin entender demasiado de qué se trata. Los uniformes de los más chicos ya están desacomodados, al igual que sus sonrisas; Y los trajes de los más grandes, arrugados. El del micrófono sigue con ese palabrerío de los excelentísimos y nombrando a este y otro ignoto que ayudaron para que las delegaciones viajaran.
De pronto, entra él. Radiante y mostrando los dientes. Se desvía y alza, abraza y besuquea a una nena. La pequeña se limpia el cachete con el revés de la mano, no está muy feliz. Parece la única. Bah, somos dos. El señor de traje sigue estampando besos. Alguien se levanta y arenga a los que lo rodean ¡Aguante José! Al entusiasta lo vi antes, por eso no creí su sobreactuación. Al puntero infiltrado me lo crucé en el pasillo. Hablaba con otro sobre un acto en no sé qué localidad.
Es demasiado para mí. Busco la mirada sensata de alguien. No, otra vez será. Los que me rodean no sacan la vista del sujeto. Le digo al camarógrafo que lo espero afuera, “si podés salir”, me responde. Necesito aire. Busco el pasillo más despejado. Un trío de señoras me embiste en su camino hacia el Mesías. Permiso por favor, permiso. Nada. Me escabullo entre unas sillas. Quedo en medio de un grupo de ancianos. Uno de ellos me pide que lo entreviste. Acepto, pero cuando termine el acto, le prometo. Me sonríe. Me pregunta cómo me llamo. Me dice que es poeta, sonrío también y retomo mi vía de escape. El que conduce me aturde, estoy atrapada entre dos parlantes. Como la voz de un estadio, pide aplausos. Sí, ¡bravo! Pero déjenme llegar a la puerta. Camarógrafos y fotógrafos me atropellan y se agolpan para lograr las imágenes del señor de los besos. Con la nena, con otro chico, con un abuelo también. Todos posan. Los que llegaron con él se empujan y codean para lograr una buena ubicación y salir en la foto. Y si sale un nene, un discapacitado o un anciano, ¡mejor!
Estoy en la mitad del Salón y parece que si esquivo un par de periodistas, llegaré a la puerta. No, un equipo de básquet sale desde el fondo para recibir las distinciones. Me freno otra vez. Cambió el orador y ahora es un secretario de algo. El de los besos ya no está. Dio una vuelta y se fue. El funcionario que está en escena habla acerca de “este logro de la gestión” y le pide a los que asistieron: “Sigan en el deporte con toda la polenta”. Polenta… pensé que en la Casa de Gobierno cuando dicen esa palabra se escucha un piiiii que la tapa. Me acuerdo de la polenta podrida y me sale una carcajada triste.
Llego a la puerta. Al fin. Tomo el picaporte. Me agarran del brazo, otra vez el abuelo de las poesías. Me tira un verso, tengo que festejárselo y retruca con algo de pajaritos, amaneceres y flores. Me distrae unos minutos y terminan de hablar los políticos. Ya se fueron. Quedan los que esperan sus trofeos nada más. Sólo está en el escenario el subsecretario de Deportes, “Decime Cacho”. Tanto tardé en cruzar que ahora tengo que volver para hacer las entrevistas. No pude escapar, al menos lo intenté.
Las que salvaron mi mañana fueron las entrevistas con los chicos, tan lejos de todo lo que había pasado minutos antes. Hablo con la nena que se limpio la cara. La miro con cara de sentí lo mismo que vos. Le digo que va a ser famosa por salir con él en las fotos. Se queda seria. Levanta los hombros y tuerce la boca para un costado. Sí, entendí. No fui la más frustrada. Ella ni siquiera pudo intentar la fuga.