(Mario Benedetti)
Porque te tengo y no
porque eres mío
porque tú siempre existes dondequiera pero existes mejor donde te quiero
que no es lo mismo que dicho con propiedad
El mensaje de mi jefe es claro: “Necesito que vayas a las 17.00 con un fotógrafo a Junín 627 (pasillo al fondo) para hacer una nota de Kung Fu. Viene un maestro de Buenos Aires” ¿¡Una nota acerca del Kung Fu!? Puede ser divertido, pienso. Un poco extraño para mi, pero divertido.
Salgo media hora antes. El sol parte el pavimento y me deshidrata lentamente. Si diría que en las diez cuadras que recorrí desde mi casa hasta el lugar de la entrevista me crucé con cinco personas, exageraría. El calor en el desierto tucumano me hace delirar: ¿Qué le pregunto? Ah… sí, los beneficios de la práctica del deporte (¡Un destello de originalidad!) ¿El profesor se parecerá a Van Damme? Obvio que no ¿Podrá hacer esa patada que salía en Karate Kid? No, ese es otro deporte me parece. En fin, prefiero escuchar música.
Al fin llego. Un profesor me está esperando en la puerta. Me advierte que el visitante, de apellido no sé qué, se iba a demorar. Perfecto, le digo. Mientras, le pido que me cuente quién es y por qué viene de Buenos Aires. “No tengo tiempo”, me responde en un tono poco amable. “Bueno, me voy a comprar pilas para el grabador”, le tiro un poco enojada. Mientras, le mando un mensaje a la fotógrafa: “Es en un pasillo, al fondo. Todavía no llegó el entrevistado”. Me responde al instante: “Estoy adentro, te espero ja ja ja” ¿Por qué se ríe? Minutos después lo entendí.
Las paredes del pasillo sinuoso que lleva al fondo -del que hablaba el mensaje- están pintadas de negro. En una de las curvas, miro hacia el techo para buscar luz y aire, pero nada. Hay un cráter enorme, alguien podría vivir en ese agujero, reflexiono ( otra vez los efectos del calor) . Arriba, muy lejos se ve un tinglado de chapas estilo queso gruyere. Me cruzo con unos chicos entusiasmados que se desintegran al final del túnel. Antes de la que parece la puerta principal, todo está forrado con papel de diario. Un extractor de aire que agoniza completa el cuadro. Entré y percibí algo extraño en el lugar.
Un poco aturdida por el cambio en la intensidad de la luz, registro primero lo obvio, lo que me grita ¡Aquí estoy!: unas fotos de Jackie Chan tapando un cartel de Salida de Emergencias, unas espadas, un par de esas estrellitas filosas de metal que los chinos se revolean en las películas de los domingos a la siesta, una declaración de principios con letras borrosas… En ese instante, aparece de nuevo el anfitrión poco amable. Debo esperar a que llegue el entrevistado, me recuerda.
Mi compañera está sentada en unas gradas. También me siento . De pronto, unas letras fosforescentes me llaman y despabilan ¿Qué dicen? Tengo que moverme para leer la palabra completa: Galáctica ¡Sí, la bailanta! Ahora todo cierra, hasta el cartel de Guardarropas que cuelga sobre nuestras cabezas. Un estallido de risas nos atraganta y los alumnos nos miran con cara de ¡Shhh!
Cuántas veces esos espacios habrán estado saturados de cuerpos sudorosos y bailarines. Ahora había otros que también lo son, pero las coreografías son distintas, más estudiadas, menos alcoholizadas. Alguien me deja sin tiempo para intercambiar más chistes fáciles. Ya llegó el maestro, me anuncian. Tres hombres se paran en una hilera frente al grabador ¿Cuál es el entrevistado? Segundo de duda. Uno de ellos es el poco amable de un párrafo más arriba, lo descarto. El otro es un poco más alto y atlético y creí que era él. Lo saludo y cuando le hablo de la nota, me interrumpe y me presenta al tercero, un gordinflón de bermudas al que ni siquiera había considerado. Mi cara me delata: “No practicamos el Kung Fu como deporte, sino como filosofía”, se presenta ¡Qué vergüenza!
Comienza la entrevista. Me aburro y la imaginación vuela, es inevitable. Imagino a mi interlocutor con un vaso de cerveza en la mano y sacando radiografías a cuanta chica se le cruza; tarareando un tema de Pocho La Pantera y en la cola de la barra para reponer su bebida. Basta, me tengo que concentrar porque él ya termina de responder mi brillante pregunta sobre los beneficios del Kun Fu ¿Qué diferencias hay con el Karate y el Tae Kwon Do?, intervengo. Se enoja un poco por mi ignorancia, pero contesta. Otra vez aparece la gente que baila, suena la Banda de Lechuga y las palmas arriba y el grito de las chicas solteras ¿Viste que las patadas son diferentes?, me saca del trance mientras señala a los alumnos. Claro, cómo no iba a notarlo. La transpiración que le cae de la frente empapa la mesa. Alguien acerca unas botellas con agua mineral. Pero estoy en otro planeta, hasta siento los diálogos de la gente. Después de un par de interrogantes poco profundos el maestro tiene que abandonarme para retomar la clase. Los aprendices siguen danzando mientras, ya en el pasillo, trato de hilar las respuestas del entrevistado con todo lo que había imaginado. Imposible ¿Una nota sobre Kung Fu en Galáctica? Demasiado bizarro.